jueves, agosto 24, 2006

La historia interminable: Uno

“¡Vuelve! ¡Vuelve! ¡Vete! ¡Vete!
Esto no es ningún juguete.
¡No me subas! ¡Vuelve atrás!
¡No podrás llegar jamás!
El camino está cerrado.
Si te encuentras con el viejo,
Tarde llegará el consejo.
Los principios son los fines:
¡Vuelve atrás! ¡No desatines!
Pues si alcanzas la abertura
¡Llegarás a la locura!”


Mucho tiempo después de que I-ber Ia enviase su regalo a los hombres, apareció la protagonista de la siguiente historia. Su nombre vacila en los testimonios orales, pero la mayoría de ellos coinciden en que su nombre era Lara. En la historia, Lara tiene un novio al que llamaremos... Eusebio, y cada año va a pasar unas semanas con él, porque viven a miles de kilómetros de distancia. Como la distancia es tan grande, Lara recurre a la legión de pájaros de metal de I-ber Ia. Desde el principio se acostumbró a utilizar los pájaros de metal para viajar, y en la época de la historia, lo seguía haciendo.

La ida del viaje transcurrió sin mayor problema, porque I-ber Ia había estado muy entretenido unos días antes cuando unos pocos de esos humanos elegidos, a los que llamaremos a partir de ahora los Escogidos, crearon un caos en un aeropuerto llamado El Rat, y el dios había tenido bastante diversión durante algunos días. Pero a la vuelta, I-ber Ia estaba aburrido, y no había como molestar a los humanos para que dejara de estarlo. Algunos dicen que empezó a preparar su travesura meses antes, cuando ordenó construir a los humanos, una monstruosa parada para los pájaros de metal a la que llamaron T-4 en un momento de inspiración en medio de una partida al Hundir la flota. Otros que fue casualidad que Lara pasase por la T-4 ese día. La verdad sólo la poseen los dioses y los humanos nunca la sabremos.

Esa mañana Lara llegó al aeropuerto desde donde iba a salir, y una vez en la puerta por donde se subiría al pájaro de metal, los Escogidos avisaron a Lara de que el pájaro de metal iba a retrasarse un buen rato. “Bueno”, dijo Lara a su Yo “puede que aún lleguemos a tiempo para coger el siguiente avión en la T-4”.

Aquí tengo que hacer un inciso para aclarar algo al lector casual. En la tierra a la que I-ber Ia le gustaba molestar, y en la que transcurre esta historia, todos los humanos tenían un Yo con el que hablar si así lo deseaban. Este Yo tenía conciencia propia, e iba a cada paso con el humano al que pertenecía. Lara solía hablar mucho con su Yo, y a veces le preguntaba cosas, pues resultaba que su Yo era más inteligente que ella misma.

Cuando llegó el pájaro de metal, y se posó dando uno de sus estridentes gritos, subió a él, y se dirigió al sitio que los Escogidos le habían asignado. “Bueno, Yo, ya estamos subidos. Con un poco de suerte, llegaremos a tiempo". Y llegaron a tiempo, pero I-ber Ia le tenía preparada otra cosa. Al llegar a la T-4, Lara se dio prisa. Pasó por entre la gente, corrió por los pasillos hasta llegar a un panel donde los Escogidos informaban de la localización del siguiente pájaro de metal al que tenía que subir.

Puerta J44”, dijo Lara a su Yo. “No debe estar muy lejos. Si corro, llegaré a tiempo.”

Y corrió. Corrió tanto como le daban sus fuerzas. Corrió por pasillos, subió escaleras que se movían solas, bajó otras que no lo hacían, y llegó a unas puertas de cristal que le impedían el paso.

“¿Qué es esto, Yo?”. Yo no sabía qué responder. Nunca había visto algo así en un aeropuerto. “Parece que hay que esperar aquí. Creo que van a utilizar algo que los Escogidos llaman Metro, para llevarnos a la puerta J44”.

Dos minutos después, llegó un enorme gusano de metal, y dejó entrar en su interior a Lara, su Yo, y varias personas más. El gusano avanzó muy rápido por túneles que había ido cavando con el tiempo. Cuando se detuvo, Lara volvió a ponerse en marcha y siguió corriendo. Volvió a recorrer otros pasillos, subió otras escaleras que no se movían, bajó algunas que sí lo hacían, y corrió y corrió hasta ver la puerta J44 a lo lejos.

Había una cola enorme de personas que iban a coger ese pájaro de metal, y Lara pensó, “Bien, hemos llegado a tiempo”.

Y técnicamente tenía razón.

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