jueves, agosto 31, 2006

La Historia Interminable: Dos

Lo que haces y lo que eres
está escrito en caracteres.
Si te acercas con audacia,
¡Ocurrirá una desgracia!
No tendrá un final feliz
Tu carrera, Emperatriz.
Nunca he sido niño yo,
Por eso todo acabó.
Al vivo le está prohibido
Verse muerto como ha sido
.”

Pero Lara ignoraba en ese momento lo malvadas que pueden llegar a ser las intenciones de un dios cuando se aburre. Al pasar al lado de los Escogidos que ayudaban a la gente a subir al pájaro de metal, se encendió la alarma. “¿Puede acercarse aquí un momento?”, preguntó uno de los Escogidos. “Claro”, dijo Lara. “Esto no puede ser bueno”, dijo su Yo.

No creíamos que llegaría a tiempo al pájaro de metal”, continuó diciendo el Escogido, “por eso le reservamos sitio en otro que llegará dentro de cuatro horas". “¡Cuatro horas!”, dijo Lara. “¡No podemos esperar cuatro horas!”, dijo su Yo. “No se precupen”, dijo el Escogido, “pueden subir los dos a este pájaro de metal, pero sus capas, lanzas, y otras cosas que lleven, no podrán subir hasta que llegue el otro pájaro de metal”. “Bueno”, dijo Lara, “cogeremos este y después recogeremos el equipaje”. “Esto no puede salir bien”, dijo su Yo.

Y subieron al pájaro de metal, y viajaron muy deprisa llevados por el dios del viento, y saludaron al dios de las nubes, y bajaron hasta la diosa de la tierra. Lara preguntó a otra de las Escogidas, y respondió a Lara, “Mira si tu equipaje ha venido en este pájaro de metal”. “Pero rellena este papel por si acaso”, intervino el Yo de la Escogida.

El equipaje de Lara y de su Yo no estaba, así que decidieron esperar a que llegara el pájaro de metal que correspondía.

Mientras, I-ber Ia, pensaba sentado en su trono cómo seguir divirtiéndose. No quería aburrirse tan pronto. Así que impidió que el equipaje de Lara y de su Yo fuera en el pájaro de metal que debía. “Esperaremos un poco más”, dijo I-ber Ia en su trono de niebla.

Unas horas después, Lara fue a hablar con los Escogidos para que le dieran su equipaje. Los Escogidos la hicieron esperar, y luego tuvo que esperar un poco más, y cuando esperó otro poco, los Escogidos le dijeron que no podían darle el equipaje, porque no estaba allí. Se había quedado en la T-4 porque alguien pensó en enviarlo en el último vuelo de la noche.

El Yo de Lara lo supo. Supo que era I-ber Ia quien no quería darle el equipaje, y se lo contó a Lara. Después le contó las historias y leyendas que corrían ocultas en rumores sobre I-ber Ia y sus intenciones cuando legó la legión de pájaros de metal a los hombres, sobre los ratos de aburrimiento del dios que solían coincidir cuando los hombres más necesitaban la legión de pájaros.

Lara supo qué hacer.

Fue hasta la Escogida con la que habló sobre el equipaje. “¿Sabes qué?”, empezó a decir Lara, “ya no quiero mi equipaje”. Y se marchó.

jueves, agosto 24, 2006

La historia interminable: Uno

“¡Vuelve! ¡Vuelve! ¡Vete! ¡Vete!
Esto no es ningún juguete.
¡No me subas! ¡Vuelve atrás!
¡No podrás llegar jamás!
El camino está cerrado.
Si te encuentras con el viejo,
Tarde llegará el consejo.
Los principios son los fines:
¡Vuelve atrás! ¡No desatines!
Pues si alcanzas la abertura
¡Llegarás a la locura!”


Mucho tiempo después de que I-ber Ia enviase su regalo a los hombres, apareció la protagonista de la siguiente historia. Su nombre vacila en los testimonios orales, pero la mayoría de ellos coinciden en que su nombre era Lara. En la historia, Lara tiene un novio al que llamaremos... Eusebio, y cada año va a pasar unas semanas con él, porque viven a miles de kilómetros de distancia. Como la distancia es tan grande, Lara recurre a la legión de pájaros de metal de I-ber Ia. Desde el principio se acostumbró a utilizar los pájaros de metal para viajar, y en la época de la historia, lo seguía haciendo.

La ida del viaje transcurrió sin mayor problema, porque I-ber Ia había estado muy entretenido unos días antes cuando unos pocos de esos humanos elegidos, a los que llamaremos a partir de ahora los Escogidos, crearon un caos en un aeropuerto llamado El Rat, y el dios había tenido bastante diversión durante algunos días. Pero a la vuelta, I-ber Ia estaba aburrido, y no había como molestar a los humanos para que dejara de estarlo. Algunos dicen que empezó a preparar su travesura meses antes, cuando ordenó construir a los humanos, una monstruosa parada para los pájaros de metal a la que llamaron T-4 en un momento de inspiración en medio de una partida al Hundir la flota. Otros que fue casualidad que Lara pasase por la T-4 ese día. La verdad sólo la poseen los dioses y los humanos nunca la sabremos.

Esa mañana Lara llegó al aeropuerto desde donde iba a salir, y una vez en la puerta por donde se subiría al pájaro de metal, los Escogidos avisaron a Lara de que el pájaro de metal iba a retrasarse un buen rato. “Bueno”, dijo Lara a su Yo “puede que aún lleguemos a tiempo para coger el siguiente avión en la T-4”.

Aquí tengo que hacer un inciso para aclarar algo al lector casual. En la tierra a la que I-ber Ia le gustaba molestar, y en la que transcurre esta historia, todos los humanos tenían un Yo con el que hablar si así lo deseaban. Este Yo tenía conciencia propia, e iba a cada paso con el humano al que pertenecía. Lara solía hablar mucho con su Yo, y a veces le preguntaba cosas, pues resultaba que su Yo era más inteligente que ella misma.

Cuando llegó el pájaro de metal, y se posó dando uno de sus estridentes gritos, subió a él, y se dirigió al sitio que los Escogidos le habían asignado. “Bueno, Yo, ya estamos subidos. Con un poco de suerte, llegaremos a tiempo". Y llegaron a tiempo, pero I-ber Ia le tenía preparada otra cosa. Al llegar a la T-4, Lara se dio prisa. Pasó por entre la gente, corrió por los pasillos hasta llegar a un panel donde los Escogidos informaban de la localización del siguiente pájaro de metal al que tenía que subir.

Puerta J44”, dijo Lara a su Yo. “No debe estar muy lejos. Si corro, llegaré a tiempo.”

Y corrió. Corrió tanto como le daban sus fuerzas. Corrió por pasillos, subió escaleras que se movían solas, bajó otras que no lo hacían, y llegó a unas puertas de cristal que le impedían el paso.

“¿Qué es esto, Yo?”. Yo no sabía qué responder. Nunca había visto algo así en un aeropuerto. “Parece que hay que esperar aquí. Creo que van a utilizar algo que los Escogidos llaman Metro, para llevarnos a la puerta J44”.

Dos minutos después, llegó un enorme gusano de metal, y dejó entrar en su interior a Lara, su Yo, y varias personas más. El gusano avanzó muy rápido por túneles que había ido cavando con el tiempo. Cuando se detuvo, Lara volvió a ponerse en marcha y siguió corriendo. Volvió a recorrer otros pasillos, subió otras escaleras que no se movían, bajó algunas que sí lo hacían, y corrió y corrió hasta ver la puerta J44 a lo lejos.

Había una cola enorme de personas que iban a coger ese pájaro de metal, y Lara pensó, “Bien, hemos llegado a tiempo”.

Y técnicamente tenía razón.

martes, agosto 22, 2006

La historia interminable: Prólogo

"Todo una vez solamente acontece
y una vez sí deberá suceder..."

Esta es una historia vieja. Más vieja que las entrañas de la Tierra, o la fuerza del trueno. Al principio de los tiempos todo era trabajo y fiesta. Los antepasados de los antepasados más viejos, salían a cazar con sus lanzas animales prehistóricos para comer, mientras que las mujeres y los niños se quedaban en casa manteniendo el fuego encendido para ahuyentar a las fieras. Por la noche, todos bailaban alrededor, cantando canciones que ya se perdieron hace cientos de miles de años. Cuando llegaban los periodos más fríos, todos cogían lo imprescindible, y se marchaban a tierras más propicias para pasar el invierno. Y cuando éste acababa, volvían a las tierras frías, para pasar el periodo de vacaciones, si es que a trabajar desde el alba hasta el anochecer se le podía llamar vacaciones. Por supuesto hacían estos viajes a pie, y tardaban varias jornadas en completar unos pocos de kilómetros. Todo transcurrió con esta monotonía durante cientos de años hasta que uno de los dioses se apiadó de la fragilidad del hombre, y como aquel que llevó el fuego, decidió darle algo.

El dios se llamaba I-ber Ia. Y, al contrario de lo que pensaban los hombres, era un dios maligno. I-ber Ia envió a su legión de pájaros de metal a la Tierra, y les dijo a los hombres “Yo permitiré que utilicéis mi legión de pájaros, yo permitiré que vayáis de un lugar a otro de la tierra en un tiempo mucho más breve del que utilizáis ahora. Podréis llevar vuestras lanzas y vuestras capas de pieles, en sus estómagos. Motaréis en sus lomos y surcareis los aires como dioses.” Y los hombres se alegraron mucho.

Necios.

La alianza entre los hombres y el dios I-ber Ia fue bien durante unos años, porque I-ber Ia quería que los hombres se acostumbrasen a utilizar su legión de pájaros. Ese era su plan. Después de unos años, I-ber Ia volvió a dirigirse a los hombres y les dijo: “Habéis utilizado mi legión de pájaros de metal durante años, y nunca he puesto ninguna condición. Ahora, tengo que poner una por vuestro bien. Yo no puedo seguir ocupándome de la dirección de los pájaros, así que seleccionaré entre vosotros a los mejor preparados para que se encarguen de llevar el servicio de mi legión. Los que seleccione se presentarán voluntarios y deberán ser sacrificados por el bien común”. “¿Sacrificados?” Preguntaron los hombres. I-ber Ia continuó hablando. “Sacrificados de una forma metafórica. Los que se presenten voluntarios tendrán que saber que tendrán que soportar las quejas de los consumidores, tendrán que aguantar insultos, tendrán que decidir horarios de salida y de llegada, tendrán que encargarse de llevar los equipajes, y de tomar otras decisiones.”

Y el hombre siguió aceptando el trato. Nunca hasta entonces habían tenido problemas al utilizar los pájaros de metal, porque I-ber Ia, en su omnipotencia, no se equivocaba nunca y ofrecía un buen servicio; así que los hombres pensaron que no tenía por qué cambiar cuando fueran ellos mismos quienes se encargaran de todo. I-ber Ia seleccionó a unos cientos de hombres y mujeres, y a cada uno le indicó sus obligaciones.

Desde entonces todo fue mal.

Y es que los hombres no pueden estar a la altura de un dios, y no pueden dirigir a la legión de pájaros de metal como I-ber Ia lo hacía. Los pájaros se retrasaban, los hombres hacían colas para subir a ellos, las lanzas y las capas de pieles se extraviaban, las reclamaciones se perdían en la larga cadena de responsabilidades, y acababan no haciéndose responsables, porque era un dios quien había dado ese don a los hombres, y no ellos mismos.

El caso es que los hombres no podían dejar de usar la legión de pájaros de metal, porque se habían acostumbrado demasiado a viajar rápido.

Mientras, un dios llamado I-ber Ia se reía de la necedad de los hombres sentado en su trono.