martes, mayo 31, 2005

El paraíso perdido

Siempre se tiene una infancia, sea lo que sea en lo que la vida nos convierta.”

Es extraño encontrarse cara a cara con la infancia en la edad adulta. La cosa es esta: Estoy trabajando (si se le puede llamar trabajar a no hacer nada, y no, no es que intente escaquearme, es que me pagan literalmente por no hacer nada), y de pronto, se acerca alguien cuya cara me resulta muy, muy conocida. Me quedo mirando a este señor... y él se queda mirándome a mí... y los dos intentamos recordar de qué nos conocemos... y media milésima de segundo después descubro quién es... “¿usted no es profesor de...?” y él me responde “Si, eso te iba a decir, tú no eres...”

Tres segundos después estoy hablando con don Ángel, un profesor mío de historia del colegio, al que hacía unos diez años que no veía, y al que, desde aquí, quiero agradecer sus exámenes semanales de historia, porque gracias a eso ahora tengo una memoria envidiable.

Y es que cómo cambian las cosas con el tiempo, y a la vez, qué poco cambian.

Es como en la película Amelie. Ella encuentra en su casa una caja con pequeños juguetes y otras cosas de niño, escondida detrás de un azulejo suelto de la pared. Y decide devolvérselo a su dueño, pero han pasado algo así como treinta años. Así que cuando él entra en la cabina de teléfono donde ella ha dejado la caja y la ve, le invade una sensación de nostalgia... como de algo que ha logrado permanecer después de tanto tiempo... y le hace descubrir lo mucho que ha cambiado él con el mismo...

Es una sensación rara. ¿No les ha pasado nunca? Es como un olor que marcó nuestra infancia y que vuelve tiempo después, ver una imagen que veíamos en la tele siendo pequeños, o volver a comer una magdalena que sabe como las que había en casa...

Hagamos una prueba: Intentad recordar algunas cosas de vuestra infancia, y dedicadle un minuto a cada cosa:
- Un suceso que os marcó.

- Vuestro juguete favorito.
- Un amigo de la guardería.
- Un miedo tuvierais.
- Un lugar al que hace años que no volvéis.

¿A que es raro?

domingo, mayo 08, 2005

Crónica de una muerte anunciada

"Los grandes libros envejecen
y acaban por venirse abajo.
Pero esas nobles ruinas
nunca dejan de tener peregrinos."

Esta semana he ido a unas conferencias llamadas “Diálogos cervantinos” que se celebran cada año, y a las que sigo yendo (pese a que ya me licencié y no hay ningún profesor que me obligue a ello), porque me resultan motivadoras.

Hay invitados, cuya charla resulta pesada, pero hay otros, a los que me gustaría hacer un altar y adorarles. Y como mis palabras no se pueden comparar con las de ellos, pondré algunas de las cosas de las que se hablaron esta semana, imágenes que me resultan sugerentes, o citas textuales:

- Uno de los ponentes, mencionó las puestas de sol en los tiempos primitivos, cuando el sol era lo más preciado que tenían por su luz y calor, y aún se tenía la incertidumbre de si volvería a salir a la mañana siguiente.

- “Lo primero que hacemos al nacer es llorar”. Se estaba refiriendo al trauma del nacimiento, pero me gustó esta frase, porque quiere decir que lo primero que hacemos al nacer es también comunicar nuestro estado de ánimo. La comunicación es lo mejor que poseemos desde el momento de nacer.

- “Con las palabras no se puede coquetear, hay que acostarse con ellas”. No recuerdo quién dijo esto, pero todo escritor sabe que esto es tan cierto como que la cortina debe estar en el lado de dentro de la bañera (por cierto, esto de la cortina no es mío, lo dijo el mismo que se cayó de la bicicleta cuando se puso a pensar en la inmensidad del universo con estas palabras: “En este mundo sólo estoy seguro de una cosa, de que la cortina debe estar por el lado de dentro de la bañera”).

- Si nos borrasen las palabras de la memoria, nuestra primera reacción sería quedarnos aterrados, dando vueltas alrededor de nosotros mismos, emborronados, buscando una forma de comunicación sin conseguirlo.

- “Era poeta, pero odiaba lo impreciso”.

- “Las palabras nos ayudan a ser momentáneamente inmortales”. De esta cita me gustó el oxímoron que se produce entre “momentáneamente” e “inmortales”

- “Cada ciudad tiene un método para suicidarse”. Esto lo dijeron mencionando un puente de Madrid, que está como una especie de monumento, al que acudían todos aquellos que querían suicidarse, y tuvieron que poner una valla enorme para que no siguiese sucediendo esto. Me recordó a que en Barcelona es el metro. Según mi tía, de vez en cuando tienen que cerrar alguna estación porque alguien ha saltado.

- “El poeta es un náufrago en el mar de la creación”. Esta metáfora lo dice todo.

- “El hombre hace dios a todo aquello que le da miedo”.

- “La obra de arte nos desvela lo que ya sabíamos, pero cuyo nombre ignorábamos. Conclusión: todo gran poeta nos plagia”. El año pasado, Mario Paoletti, mencionó esto contando una anécdota de alguien que la primera vez que leyó un poema de Antonio Machado (no recuerdo cual), pensó que le había plagiado, y da igual que Machado viviese un siglo antes que él.

- “Los zapatos son la prenda que más denuncia la ausencia de alguien”. Esta imagen me gustó mucho, me imaginé unos zapatos, en algún lado de la habitación, y sí que es verdad que cuando ves unos zapatos solitarios, parece que falta la presencia de alguien, del dueño.

- “Don Quijote se cansó de leer libros, y salió a leer más”.

No tengo nada más que decir.

Reflexiones de un pequeño filósofo

"¿De qué color es la palabra rojo?"

Dirigiéndose mis pies por estos caminos de Murcia, y haciendo camino al andar, y pensando a dónde me llevarán mis pasos, decidí dejar de ponerme literaria, y ponerme filóloga, que también se da el caso de vez en cuando.

La reflexión fue sobre el verbo más utilizado en español, y también el menos comprendido por los españoles: el verbo haber. Porque díganme… ¿qué significa exactamente el verbo haber? Porque de acuerdo, antes significaba “tener” (“¡Habemus papam!”); y también ha significado “existir” (“yo he”); pero en la actualidad… ¿qué significa exactamente el verbo haber?

Veamos un par de ejemplo. “Hay cinco naranjas en un cesto”. Ahí haber significa “haber”, propiamente dicho. Pero veamos otro ejemplo: “Hay que comprar naranjas para la comida”. Ahí significa obligatoriedad, y comparte significado con “Tener” (“Tenemos que comprar naranjas para la comida”). Y ya sé que nuestra lengua es redundante, pero no me convence la obligatoriedad para el verbo haber.

En las formas compuestas es más complejo. “Yo he comprado” ¿qué significa ese “he” salvo ser partícula de tiempo? ¿Yo tengo comprado? ¿Yo existo comprado? ¿Yo tengo que comprado? Es un misterio.

Pero entonces… ¿por qué todos utilizamos tan impunemente el verbo haber si ni siquiera sabemos lo que significa exactamente, y en muchos casos, la gente ni siquiera sabe cómo se escribe? Porque, permítanme que les diga una cosa, amigos murcianos (si es que alguno me lee): No se dice HAIGA, se dice HAYA. Sí, apúntenlo bien, con H y con Y. Y escúchenme bien, amigos españoles (si es que alguno me lee): No se dice “HABER si quedamos”, se dice “A VER si quedamos”, que viene del verbo VER, no del verbo HABER. No queramos convertir el verbo haber en un cajón de sastre, como cuando alguien escribe “te HECHO de menos”, que no es así, que es “te ECHO de menos”, que viene de la forma “echar de menos”, y no de “hacer de menos”, que si viniera de “hacer de menos,” sería “te HAGO de menos”, a ver si vamos entendiendo esos maravillosos participios que la lengua española nos ha dado. Que la forma HAY del verbo haber, se escribe así, HAY (tercera persona del singular), y no AHÍ (que indica un lugar), o AY (que es lo que grita alguien cuando se pilla un dedo con la puerta).

Y no creo que sea un problema de ortografía, creo que es más bien un problema de no plantearse los significados de las palabras que utilizamos cada día. Deberíamos reflexionar más sobre estas cuestiones, porque es que no puede ser. Tú les explicas a un niño de 4º de la ESO (y lo digo por experiencia), lo que es una metáfora, y no lo entiende, pero después escucha en el telediario que sobre Madrid se extiende un manto de nieve, y no cae en que eso mismo es una metáfora; les explicas qué es una personificación, y no lo entienden, pero después se ponen con sus hermanos pequeños a ver Toy Story; les explico lo que es un eufemismo, y no terminan de entenderlo, pero después ven normal que una mujer dé a luz, o que alguien pase a la otra vida; y por último, les explico qué es una metonimia, y tampoco lo entienden, pero después len un post como el que estoy escribiendo, y ven normal que mis pies se dirijan por estos caminos de murcia.

Y después dirán que reflexionar es malo. Hace un par de años, un guionista español (no recuerdo su nombre, pero sí que dio una conferencia en Murcia), decía que pensar no puede traer nada bueno, que él sólo ha pensado una vez en su vida, y se dio un golpe contra el suelo. La cosa es esta: parece ser que en Mallorca hay un gran tráfico de bicicletas, tú alquilas una, y te la llevas, la dejas en cualquier parte, te metes a un bar para tomar algo, y si a la salida no está la tuya, coges la primera que pillas. Él quiso meterse dentro de este círculo y alquiló una bicicleta. De modo que iba por la noche con su bicicleta, y por casualidad miró al cielo y vio que estaba estrellado. Empezó a reflexionar sobre la inmensidad del universo, la insignificancia del hombre, y otros temas a tratar, y se cayó de la bicicleta. Según él, desde entonces nunca ha intentado volver a pensar por considerarlo perjudicial para la salud. No pido que lleguemos a esos extremos, pero hacerlo en pequeñas dosis, no puede ser malo.

Y un último apunte antes de desconectar mi chip filólogo: si un verbo en infinitivo se escribe con LL, todas sus formas, se escribirán con LL; y si un verbo en infinitivo no tiene LL, sus formas que tengan este sonido, se escribirán con Y. Así, podréis observar que no he escrito “se calló”, sino “se cayó”.

Y lo que ha empezado a ser un post de reflexiones sobre ese mágico verbo que es el “HABER”, ha acabado siendo una pesada charla sobre ortografía. Lo siento, y gracias a los que hayan llegado hasta aquí.

lunes, mayo 02, 2005

Del amor y otros demonios

Niña mía, estamos solos en el mundo

Hace poco estuvimos discutiendo Sonia, Marisa, Eugenio y yo, sobre si existe el amor a primera vista. Sonia sostiene que sí, sin ninguna duda; Marisa que no, sin ninguna duda; Eugenio que existe el encaprichamiento a primera vista; y yo que sí puede existir.

Tras mucho discutir, ninguno de los cuatro nos hemos puesto de acuerdo. Así que explicaré mi postura brevemente. Yo no digo que todo el mundo sea capaz de enamorarse a primera vista, ni tampoco que al decir “a primera vista” me esté refiriendo a ver a alguien por primera vez y creerse enamorado sin haber hablado nada con esa persona. Me refiero a que en un breve espacio de tiempo, puede surgir el amor. Marisa y Eugenio sostienen que no, que eso no es posible. Y yo sostengo: “¿Me estáis diciendo que sin conocer a los miles de millones de personas que viven actualmente en el mundo, y con los millones de relaciones que se establecen a cada momento, eso multiplicado por los miles de años de historia que llevamos el ser humano en la tierra, y por los años de historia que aún le quedan sobre ella; que es total y absolutamente imposible que una sola vez se pueda producir el amor a primera vista?”

Ya no digo que ocurra todos los días, ni que ocurra a menudo, o que le pueda ocurrir a cualquiera, digo que es posible que se produzca, aunque sólo sea una sola vez, el amor a primera vista.

Pero no voy a discutir aquí, ni quiero empezar una discusión (o continuarla), ni empezar a divagar acerca de por qué creo que puede existir el amor a primera vista, o por qué no. Sólo quiero exponer mi teoría, y poner unos ejemplos.

Discutiendo con Marisa, lo que más me dolió fue cuando le puse como ejemplo a Rhett Butler, que se enamora a primera vista de Escarlata O’hara, y ella, va y me suelta que... “Pero Rhett Butler no existe, así que no cuenta”.

¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAhhhhhhhhhhhrrrrrrrrrrrrggggggggggggggg!!!!!!
¡¡¡¡¡¡¡¡¿¿¿¿¿¿¿¿¿Cómo que no existe??????????????!!!!!!!!!!!

Que cualquier persona me diga eso, se lo admito, pero Marisa.. ¡Marisa! ¿Cómo puedes decir que el personaje de un libro no existe? ¡Los personajes de los libros existen! ¡Y los de las películas! Y todas las historias que alguien cuenta alguna vez, ya sea en cine, literatura, comics, manga, o alrededor de una hoguera, han ocurrido realmente alguna vez.

Si hay algo que aprendí realmente estudiando Filología hispánica, fue la teoría de los mundos posibles: “Don Quijote es tan real como la silla en la que estoy sentado”. Según esta teoría, todo lo que se cuenta en los libros, es tan real como la realidad misma, y si alguien pone eso en duda, le desafío a un duelo.

Si personajes e historias son reales, al menos para mí, pondré un par de ejemplos de amor a primera vista, para ilustrar un poco esto:

- Rhett Butler viendo por primera vez a Escarlata O’hara en la escalinata de Doce Robles: “Desde la primera vez que te vi en Doce Robles, supe que tendrías que ser mía”

- Aragorn la primera vez que se encontró con Arwen y la confundió con Lúthien: “Aragorn se turbó, porque vio en los ojos de Arwen la luz élfica y la sabiduría de los años incontables; pero desde aquel momento amó a Arwen Undomiel, hija de Elrond.”

- Calixto y Melibea cuando se encontraron por primera vez: “En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios”

- Noah enamorándose de Allie en “El cuaderno de Noah”.

- Romeo y Julieta (lo sé, es un clásico, pero tenía que ponerlo).

- Shakespeare en “Shakespeare in love”.

- Armando Duval cuando vio por primera vez a Margarita Gautier (ambos personajes de “La dama de las camelias”).

Y así, en incontables ocasiones. Ya lo sé, ya lo sé; son personajes de libros o películas, pero si hacemos caso a lo que dice la historia de la literatura, Petrarca se enamoró a primera vista de Laura, y ni siquiera habló con ella una sola vez. Así que para acabar, pongo el soneto que le escribió tras verla la primera vez:

Bendito sea el año, el punto, el día,
la estación, el lugar, el mes, la hora
y el país, en el cual su encantadora
mirada encadenóse al alma mía.

Bendita la dulcísima porfía
de entregarme a ese amor que en mi alma mora,
y el arco y las saetas, de que ahora
las llagas siento abiertas todavía.

Benditas las palabras con que canto
el nombre de mi amada; y mi tormento,
mis ansias, mis suspiros y mi llanto.

Y benditos mis versos y mi arte
pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento,
puesto que ella tan sólo lo comparte.