martes, agosto 22, 2006

La historia interminable: Prólogo

"Todo una vez solamente acontece
y una vez sí deberá suceder..."

Esta es una historia vieja. Más vieja que las entrañas de la Tierra, o la fuerza del trueno. Al principio de los tiempos todo era trabajo y fiesta. Los antepasados de los antepasados más viejos, salían a cazar con sus lanzas animales prehistóricos para comer, mientras que las mujeres y los niños se quedaban en casa manteniendo el fuego encendido para ahuyentar a las fieras. Por la noche, todos bailaban alrededor, cantando canciones que ya se perdieron hace cientos de miles de años. Cuando llegaban los periodos más fríos, todos cogían lo imprescindible, y se marchaban a tierras más propicias para pasar el invierno. Y cuando éste acababa, volvían a las tierras frías, para pasar el periodo de vacaciones, si es que a trabajar desde el alba hasta el anochecer se le podía llamar vacaciones. Por supuesto hacían estos viajes a pie, y tardaban varias jornadas en completar unos pocos de kilómetros. Todo transcurrió con esta monotonía durante cientos de años hasta que uno de los dioses se apiadó de la fragilidad del hombre, y como aquel que llevó el fuego, decidió darle algo.

El dios se llamaba I-ber Ia. Y, al contrario de lo que pensaban los hombres, era un dios maligno. I-ber Ia envió a su legión de pájaros de metal a la Tierra, y les dijo a los hombres “Yo permitiré que utilicéis mi legión de pájaros, yo permitiré que vayáis de un lugar a otro de la tierra en un tiempo mucho más breve del que utilizáis ahora. Podréis llevar vuestras lanzas y vuestras capas de pieles, en sus estómagos. Motaréis en sus lomos y surcareis los aires como dioses.” Y los hombres se alegraron mucho.

Necios.

La alianza entre los hombres y el dios I-ber Ia fue bien durante unos años, porque I-ber Ia quería que los hombres se acostumbrasen a utilizar su legión de pájaros. Ese era su plan. Después de unos años, I-ber Ia volvió a dirigirse a los hombres y les dijo: “Habéis utilizado mi legión de pájaros de metal durante años, y nunca he puesto ninguna condición. Ahora, tengo que poner una por vuestro bien. Yo no puedo seguir ocupándome de la dirección de los pájaros, así que seleccionaré entre vosotros a los mejor preparados para que se encarguen de llevar el servicio de mi legión. Los que seleccione se presentarán voluntarios y deberán ser sacrificados por el bien común”. “¿Sacrificados?” Preguntaron los hombres. I-ber Ia continuó hablando. “Sacrificados de una forma metafórica. Los que se presenten voluntarios tendrán que saber que tendrán que soportar las quejas de los consumidores, tendrán que aguantar insultos, tendrán que decidir horarios de salida y de llegada, tendrán que encargarse de llevar los equipajes, y de tomar otras decisiones.”

Y el hombre siguió aceptando el trato. Nunca hasta entonces habían tenido problemas al utilizar los pájaros de metal, porque I-ber Ia, en su omnipotencia, no se equivocaba nunca y ofrecía un buen servicio; así que los hombres pensaron que no tenía por qué cambiar cuando fueran ellos mismos quienes se encargaran de todo. I-ber Ia seleccionó a unos cientos de hombres y mujeres, y a cada uno le indicó sus obligaciones.

Desde entonces todo fue mal.

Y es que los hombres no pueden estar a la altura de un dios, y no pueden dirigir a la legión de pájaros de metal como I-ber Ia lo hacía. Los pájaros se retrasaban, los hombres hacían colas para subir a ellos, las lanzas y las capas de pieles se extraviaban, las reclamaciones se perdían en la larga cadena de responsabilidades, y acababan no haciéndose responsables, porque era un dios quien había dado ese don a los hombres, y no ellos mismos.

El caso es que los hombres no podían dejar de usar la legión de pájaros de metal, porque se habían acostumbrado demasiado a viajar rápido.

Mientras, un dios llamado I-ber Ia se reía de la necedad de los hombres sentado en su trono.

1 comentario:

Eugenio dijo...

Esto... el caso es que me suena de algo...

Uhmm... ya lo decían en Dracula: "Los muertos viajan deprisa... sus maletas no tanto".

XD