domingo, noviembre 05, 2006

El arquitecto y el emperador de Asiria

"EMPERADOR.- Caballero, ayúdeme, soy el único superviviente del accidente.
ARQUITECTO.- (Horrorizado.) ¡Fi, fi, fi, figa...! (Le mira un momento aterrado y, por fin, sale corriendo. Oscuro.)"

PERSONAJES:

Dependienta.
Mujer.
Otra mujer.
Hombre.
53 personas más, hombres y mujeres.

Estamos en un Centro para exposición y venta de artículos. El lugartiene expositores con piezas de artesanía: cristal, cerámica, figuras, etc. Una chica va a abrir la puerta para que entren 56 personas de un pueblo de España, en viaje organizado. Todos rondan los cincuenta años, y van vestidos de forma similar, las mujeres con bolsos grandes, y los hombres con una cámara de fotos en la mano. Mientras entran, la dependienta les da los buenos días, y cada uno va respondiendo sin decir nada más. Cuando han entrado 32, la mujer número 33 pregunta:

Mujer: ¿Tenéis la jarra de la novia? Es que nos han hablado de ella, y queríamos comprar una.

Todos (volviéndose a la dependienta y al unísono): Sí, sí, jarra de la novia, jarra de la novia.

Dependienta: Sí, claro, pase.

La dependienta les lleva a todos hasta donde se exponen las jarras de la novia, una especie de jarra pequeña con el borde de picos y pintada con flores.

Dependienta: Esta es la jarra de la novia, proviene de Lorca, y se llama así porque en el día de la boda la novia bebe vino en esta jarra y si no se derrama, el matrimonio tendrá felicidad.

Todos observan la jarra con picos y todos quieren una. La mujer que preguntó se lleva dos, y otras personas acaban con las existencias.

Todos: ¿Ya no tienes más jarra de la novia? Vaya… vaya… no hay jarras.

Todos se quedan pensativos sin saber qué hacer, hasta que otra mujer, al fondo, pregunta.

Otra mujer: ¿Y tenéis tarros para poner el perejil? ¿De esos para colgar en la pared?

Todos: Sí… sí… para el perejil… para poner en la pared…

Dependienta: Sí, están aquí.

La dependienta les enseña unos tarros de perejil pequeños, con un lado plano para colgarlos en la pared, y decorados con las mismas flores de otro color. La mujer que ha preguntado se lleva uno, y varios más acaban con las existencias.

Todos: ¿Ya no tienes más tarros? Vaya… vaya… no hay tarros.

Todos se quedan pensativos, sin saber qué hacer, hasta que un hombre al fondo pregunta:

Hombre: ¿Y tarros para el perejil para poner en la mesa, no tendrás?

Todos: Sí, sí, para poner en la mesa, para el perejil.

Dependienta: Sí, los tengo aquí.

La dependienta les enseña unos tarros pequeños, iguales que los anteriores, pero completamente redondos. El hombre compra dos tarros, y varios más acaban también con las existencias de todos los tarros para poner el perejil habidos y por haber.

Todos: ¿Ya no tienes más tarros? Vaya… vaya… no hay tarros.

Todos se quedan pensativos, sin saber qué seguir comprando, hasta que una mujer interviene de repente:

Mujer: ¿Tienes búhos pequeños de cerámica?

Todos: Sí, sí… búhos de cerámica, búhos de cerámica…

Dependienta: Sí, tengo estos de aquí.

La dependienta les enseña unos búhos pequeñitos, de cerámica, unos de color blanco, y otros de color azul oscuro. La mujer se lleva tres, y los demás acaban con las existencias de los búhos.

Todos: ¿Ya no tienes más búhos? Vaya… vaya… no hay búhos.

La escena se repite, acaban con los ceniceros decorados, las bandejas de cristal, y los portavelas. Al final se van todos en grupo con sus compras hechas, la dependienta sonríe al cerrarles la puerta.

SE CIERRA EL TELÓN

Y aunque parezca una obra de Fernando Arrabal o de Samuel Beckett, los acontecimientos ocurrieron en realidad, y los diálogos son veraces. No digo la zona de España de la que procedía el grupo, porque, en el fondo, podrían haber pertenecido a cualquier parte de este país. Y es que el ser humano, cuando va en un viaje organizado, se convierte en un autómata: visitan todos lo mismo, hacen las mismas fotos a las mismas cosas, y compran todos lo mismo. Creedme. Tengo un peluche de un plátano de Canarias que lo demuestra.