lunes, junio 28, 2010

The Sandman

"Octubre, sabía, claro está, que la acción de terminar una página, de terminar un capítulo o de cerrar un libro, no ponía fin al cuento."
Neil Gaiman, The Sandman


Vago por el reino de Morfeo, Oniros, el Hombre de arena, el Formador, el Príncipe de las historias… Pero un ruido me despierta. Entonces, mi habitación cobra forma: la cama sobre la que yazco, las vagas sombras de los objetos que puedo ver pese a la penumbra, la puerta entreabierta… Tras ella, un hombre. “¿Puedo pasar?”, me dice. Yo suspiro y me siento en la cama. “Claro”, le contesto. Mientras cierra la puerta y se sienta al borde de mi cama, puedo distinguir su silueta. Es muy alto para el tiempo que le ha tocado vivir, y sé que sus ojos son azules, pese a que no distingo nada más de sus facciones. “¿Sabes quién soy?”, me dice. “Por supuesto que lo sé”, le contesto. “¿Por quién me tomas? Tú no estarías aquí de no ser por mí”. El hombre ríe. Es una risa profunda que llena la oscuridad de alegría. “Sí que sabes quién soy”, añade aún sonriendo. Yo alzo una ceja. “Y también sé por qué estás aquí”, añado. El hombre borra la sonrisa con un suspiro y ahora refleja seriedad. “Quiero vivir”, me dice. “No depende de mí que vivas o mueras”, le digo. “No soy yo la que rige tu destino”. “¿Ahora te llamas Destino?”, me pregunta. “Destiny”, repito yo, saboreando el sabor que deja en mi boca el inglés, la lengua materna del hombre. “Sabes a qué me refiero”, argumento. “Y tú sabes a qué me refiero yo”, contraargumenta él. “Quiero vivir ya. No puedo hacerlo sin ti”. “Lo sé”, añado. Entonces, se me ocurre una pregunta: “¿qué piensan de esto tus hermanos?”. El hombre ríe. La oscuridad vuelve a recuperar la alegría. “Se sorprenderán”, asegura. “Pero podrán acostumbrarse. Ya lo han hecho en cuatro ocasiones. Y lo seguirán haciendo hasta que cumplas tu promesa”. Yo suspiro. “Tienes razón”, le digo. “Es hora de que vivas”. Él amplía su sonrisa, satisfecho. “Pero…” añado. “¿Seguirás visitándome?”. “En muchas ocasiones hasta que termines de contar mi historia”, me dice él. “Y después de eso… Si quieres”. “Entonces ha llegado tu hora”, le complazco yo. El hombre se inclina sobre mí. Me da un beso en la frente y me sonríe desde más cerca esta vez. Es cierto, tiene los ojos azules. Después se levanta y antes de cerrar la puerta y que le pierda de vista, añade una advertencia más: “es tu promesa”. “Sí, es mi promesa”, añado en un suspiro ya sola en la habitación. Todo vuelve a quedar vacío. Pienso en la escena vivida y en que al día siguiente comenzaré una nueva historia. Los Hamilton volverán existir y el hombre que me ha visitado podrá vivir, como me ha pedido. Hasta entonces, vuelvo a sumergirme en el reino de Morfeo, Oniros, el Hombre de arena, el Formador, el Príncipe de las historias…

jueves, junio 17, 2010

Primera memoria

"Aquí estoy ahora, delante de este vaso tan verde, y el corazón pesándome. ¿Será verdad que la vida arranca de escenas como aquélla? ¿Será verdad que de niños vivimos la vida entera, de un sorbo, para repetirnos depsués estúpidamente, ciegamente, sin sentido alguno?"

Ana María Matute: Primera memoria

No hay nada mejor que regresar a la infancia. Hace poco vino a Murcia la incombustible Ana María Matute. Nos habló de Caperucita Roja, de la suegra de la Bella Durmiente o de la vez que vio al Diablo. Mientras la escuchaba, con el libro de Primera memoria recién leído entre mis manos, esperando a ser firmado por ella, tuve la sensación de que hay personas que eligen una etapa de la vida y se quedan a vivir en ella. Ana María Matute ha elegido la infancia. Aunque no sé si ella ha elegido a la infancia o la infancia la ha elegido a ella. Es una niña en el cuerpo de una adulta. Su voz tenue, sus pausados movimientos, la fragilidad de su cuerpo octogenario... Todo indica que Ana María es la misma niña que vio al Diablo en un bosque cercano a su casa. Otra cosa que tiene de niña es la forma de darse cuenta de las cosas, porque como ella misma dice, los niños son niños por ser jóvenes, no por ser tontos.

¿Es cierto que todos llevamos un niño en nuestro interior? Creo que sí.

Unos días después sufrimos en Murcia la terrible Gota fría, aunque eso de terrible les parecerá a otros, porque aquí ya estamos acostumbrados, aunque no en primavera. Caminaba yo por la plaza de la Universidad y el agua llegaba alrededor de un palmo sobre la acera. Esa es otra cosa que tiene Murcia: no está preparada para la lluvia a pesar de que cuando llueve, llueve. Yo tenía paraguas, pero mucha gente, como estamos en junio y todos piensan que en Murcia nunca llueve en junio, llevaban pantalones cortos y sandalias de verano. El caso es que, y me estoy distrayendo del tema, al ver la Plaza de la Universidad me entraron unas ganas incontenibles de guardar el paraguas y disfrutar de la lluvia, como aquella noche en la que bailé un vals bajo la lluvia. Esta vez no tenía acompañante, pero sí me apetecía que la lluvia me empapase, sonreír y cantar una canción, como en la escena que siempre me pone de buen humor de Cantando bajo la lluvia. Mientras me decidía a hacer los paso de baile de la película, me sobresaltaron unos gritos en la plaza: dos chicos jóvenes, universitarios seguramente, corrían de un lado a otro de la plaza sin paraguas, con pantalones cortos y chapoteando con sus sandalias veraniegas sobre el palmo de agua. Gritaban, reían y se echaban agua el uno al otro. Yo sonreí: el ser humano nunca pierde su infancia y eso, amigos míos, es lo más extraordinario de nuestra raza.