jueves, junio 17, 2010

Primera memoria

"Aquí estoy ahora, delante de este vaso tan verde, y el corazón pesándome. ¿Será verdad que la vida arranca de escenas como aquélla? ¿Será verdad que de niños vivimos la vida entera, de un sorbo, para repetirnos depsués estúpidamente, ciegamente, sin sentido alguno?"

Ana María Matute: Primera memoria

No hay nada mejor que regresar a la infancia. Hace poco vino a Murcia la incombustible Ana María Matute. Nos habló de Caperucita Roja, de la suegra de la Bella Durmiente o de la vez que vio al Diablo. Mientras la escuchaba, con el libro de Primera memoria recién leído entre mis manos, esperando a ser firmado por ella, tuve la sensación de que hay personas que eligen una etapa de la vida y se quedan a vivir en ella. Ana María Matute ha elegido la infancia. Aunque no sé si ella ha elegido a la infancia o la infancia la ha elegido a ella. Es una niña en el cuerpo de una adulta. Su voz tenue, sus pausados movimientos, la fragilidad de su cuerpo octogenario... Todo indica que Ana María es la misma niña que vio al Diablo en un bosque cercano a su casa. Otra cosa que tiene de niña es la forma de darse cuenta de las cosas, porque como ella misma dice, los niños son niños por ser jóvenes, no por ser tontos.

¿Es cierto que todos llevamos un niño en nuestro interior? Creo que sí.

Unos días después sufrimos en Murcia la terrible Gota fría, aunque eso de terrible les parecerá a otros, porque aquí ya estamos acostumbrados, aunque no en primavera. Caminaba yo por la plaza de la Universidad y el agua llegaba alrededor de un palmo sobre la acera. Esa es otra cosa que tiene Murcia: no está preparada para la lluvia a pesar de que cuando llueve, llueve. Yo tenía paraguas, pero mucha gente, como estamos en junio y todos piensan que en Murcia nunca llueve en junio, llevaban pantalones cortos y sandalias de verano. El caso es que, y me estoy distrayendo del tema, al ver la Plaza de la Universidad me entraron unas ganas incontenibles de guardar el paraguas y disfrutar de la lluvia, como aquella noche en la que bailé un vals bajo la lluvia. Esta vez no tenía acompañante, pero sí me apetecía que la lluvia me empapase, sonreír y cantar una canción, como en la escena que siempre me pone de buen humor de Cantando bajo la lluvia. Mientras me decidía a hacer los paso de baile de la película, me sobresaltaron unos gritos en la plaza: dos chicos jóvenes, universitarios seguramente, corrían de un lado a otro de la plaza sin paraguas, con pantalones cortos y chapoteando con sus sandalias veraniegas sobre el palmo de agua. Gritaban, reían y se echaban agua el uno al otro. Yo sonreí: el ser humano nunca pierde su infancia y eso, amigos míos, es lo más extraordinario de nuestra raza.

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